Jorge Alberto Gudiño Hernández
15/01/2022 - 12:05 am
Regreso a clases 2022
"Mientras manejo hacia la universidad o a la escuela de mis hijos me he dado cuenta de que hay menos tráfico. Muchas de los colegios que se atraviesan en nuestras rutas están vacíos. Los hay particulares y oficiales. Sin alumnos, sin clases. No me queda del todo claro qué es lo que sucede pero, supongo, que es una suerte de acuerdo dentro de la comunidad educativa. A estas alturas, no me parece mal".
Tras casi dos años de no pararme por ahí, esta semana regresé a la universidad donde doy clases. Los comunicados llegaron en andanada días antes del lunes. Las universidades habían sido las más prudentes a la hora de volver al sistema presencial (quizá porque, de entre todos los niveles educativos, son las que mejor sobrellevaron la experiencia a distancia) y, ahora, anunciaban un regreso en medio de un importante repunte en el número de contagios. Por un lado hablaban de una comunidad universitaria con un porcentaje de vacunados superior al 90 por ciento y hacían un largo listado de protocolos a seguir mientras que, por el otro, se escuchaban los primeros rumores de personas contagiadas.
Mi regreso a las aulas coincidió con la vuelta a clases de mis hijos. Ellos ya habían asistido presencialmente a finales del año pasado. No negaré que, pese a nuestras aprehensiones, se la pasaron bastante bien. La primaria y la secundaria son un espacio de convivencia. Pese a ello, otros comunicados llamaban la atención. Se pedía, encarecidamente, que los familias que hubieran salido de vacaciones esperaran una semana o que se hicieran pruebas. Se volvió a enviar por correo el largo listado de las medidas para protegernos. Sabemos, todos, que los niños de primaria y secundaria no están vacunados salvo un pequeño porcentaje. También, que el refuerzo para el personal educativo empezaría esta semana, por lo que la inmunidad pretendida llegará hasta dentro de catorce días.
¿Por qué no esperarnos a febrero para regresar al modelo presencial si estamos en un pico de la pandemia? Hay razones a favor y en contra.
En la universidad se ha implementado un modelo de educación híbrida. Mientras los profesores damos clases frente al grupo, también lo hacemos con los alumnos que se conectan a distancia. La sensación es extraña y, cada tanto, una voz que sale de las bocinas nos provoca sobresaltos con una pregunta a cuestas. Lo cierto es que, del total de mis alumnos, una cuarta parte estuvo a distancia. Algunos por contagio, otros por cercanía con un contagiado, unos más por prudencia y, claro está, alguno porque le resultó más cómodo tomar la clase desde su casa.
El miércoles nos avisaron en la escuela de los chicos que, con motivo del refuerzo para los profesores, tendrían clases a distancia de jueves a martes pues no podían controlar el asunto logístico. No nos pareció mal pues eso ayudaba a paliar ciertos temores despertados por otro correo: en la primaria, un tercio de los alumnos no se había presentado durante la primera semana. Asumimos que las razones son similares a las de mis alumnos: contagio, posible contacto, viaje o algún otro. La diferencia es que, aquí, no hay modelo híbrido, por lo que sí hay una pérdida significativa para los niños que no van.
Mientras manejo hacia la universidad o a la escuela de mis hijos me he dado cuenta de que hay menos tráfico. Muchas de los colegios que se atraviesan en nuestras rutas están vacíos. Los hay particulares y oficiales. Sin alumnos, sin clases. No me queda del todo claro qué es lo que sucede pero, supongo, que es una suerte de acuerdo dentro de la comunidad educativa. A estas alturas, no me parece mal. Todas las decisiones que se tomen deben ir acompañadas del mayor número posible de medidas de precaución.
Leo los lineamientos universitarios, leo los lineamientos de la primaria y la secundaria. Hay coincidencias. Si un alumno reporta contagio, el grupo se cerrará varios días. También los otros grupos en los que interviene. Y se suman los hermanos. Y los otros grupos del profesor. Sospecho que se avecina una andanada de cierres de salones, de clases y el tránsito casi forzoso hacia un esquema virtual. Al menos, durante algunas semanas.
Espero equivocarme. Sobre todo, porque los beneficios de la educación presencial se notan de inmediato. Asumo que cuidarnos será la base de nuestro comportamiento social durante los próximos años. Mientras tanto, preparo mi ropa más abrigadora porque las ventanas de los salones están completamente abiertas y suelo dar clase de 7:00.
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